Inteligencia

La inteligencia lógica, también conocida como capacidad de razonamiento lógico y, más sencillamente, inteligencia a secas, para cuya medida se emplea generalmente el cociente intelectual o C.I. (lamentablemente también denominado «coeficiente intelectual» por quienes desconocen el origen del término), ha sido considerada siempre como una variable de gran relevancia para lograr una adaptación óptima al medio académico, laboral, familiar o social. Es decir, que el éxito en la vida está estrechamente relacionado con la capacidad intelectual de cada individuo.

Obviamente, una exageración otorgada al valor que posee esta capacidad exclusivamente humana, ha brindado la oportunidad para que en los últimos 30 años, se haya depreciado su valor, sobre todo en las escuelas y se hayan reducido los criterios de rigor científico y profesional a la hora de elegir los instrumentos más eficaces para su medida.

Así, se explican, por ejemplo, dos hechos ampliamente generalizados en Europa y Latinoamérica:

Los orientadores escolares, los profesores y los psicólogos educativos en general, han reducido el número de valoraciones de la inteligencia lógica en los casos de niños con fracaso escolar o bajo rendimiento académico en general, sustituyendo esta valoración por observaciones conductuales que nunca pueden informar de manera fiable sobre las capacidades básicas del sujeto (esto incluye el uso de tests proyectivos o los ahora denominados eufemísticamente «neuropsicológicos»).

De entre todos los instrumentos disponibles para su empleo en la práctica profesional, el más utilizado por todo tipo de profesionales es, muy probablemente, el peor de todos ellos: las escalas de inteligencia de Wechsler: WIPPSI, WISC, WISC-R, WISC-IV,… y los derivados del mismo: K-ABC, K-BIT,…

El Dr. David Wechsler definió la inteligencia de una manera tan global que incluyó en inteligencia la memoria, los conocimientos culturales, el razonamiento, la habilidad motriz, la habilidad espacial,… etc. Esto, que conceptualmente puede admitirse como cualquier otra idea, en el aspecto aplicado entra en grave contradicción con lo que significa un proceso de clarificación de las causas o los factores implicados en el fracaso escolar, laboral o social. Cuando se suman algebraicamente los resultados de unas pruebas de naturaleza tan diversa como las que componen las escalas de Wechsler, lo que se suele obtener de manera general es -siempre- una puntuación «media», lo que confunde a padres, profesionales o maestros. Por eso, en ámbitos profesionales que requieren exigencia y rigor, no se emplean estas escalas,  sino que  se prefieren otras pruebas de mayor valor empírico para la evaluación de los niveles intelectuales de los sujetos, sean estos niños, adolescentes o adultos. El muy conocido test de matrices progresivas de Raven, el TONI-3, las escalas de inteligencia de Snijders-Oomen (SON-R), de Sternberg o de Woodcock-Muñoz, son instrumentos de mucho mayor valor psicométrico y discriminante que las citadas.

En general, de la poca eficacia profesional obtenida con el uso de las escalas de Wechsler se ha derivado un menosprecio de la evaluación de la inteligencia lógica y un sobreaprecio de la denominada inteligencia emocional.

Sin embargo, la base de cualquier aprendizaje, sea de la naturaleza que sea, consiste en el establecimiento de una relación funcional entre diversos elementos, diferentes entre sí, lo que solo puede hacerse con la máxima eficacia con el concurso de la inteligencia lógica. Desde un punto de vista antropológico, la extinción del hombre de Neanderthal y su sustitución por el de Cromagnon admite pocas explicaciones diferentes del hecho de la superioridad intelectual de éste frente a la menor del anterior. Así: la adaptación al medio, incluyendo la misma supervivencia de la especie, sólo fue posible por una mayor capacidad de razonamiento lógico, al margen de grandes cualidades de memoria, empatía, control de las emociones, fuerza muscular, etc…

En este sentido, el GAC ha iniciado hace años los trabajos para el desarrollo de diversas escalas de inteligencia, lo más adecuadas al nivel actual de conocimientos sobre esta importantísima cualidad de los seres humanos.

De este esfuerzo investigador se han derivado tres instrumentos de la máxima actualidad, así como de validez de contenido, constructo, discriminante y predictiva. Su fiabilidad es de las más elevadas debido a los procesos de baremación de las mismas, con muestras muy amplias y diversificadas de población general.

En setiembre de 2005, finalizaron los estudios que nos permiten disponer del primer instrumento: la EMIN-6, dos escalas de inteligencia que facilitan la detección temprana de los retrasos en el desarrollo intelectual y los talentos precoces.

Posteriormente se pudo disponer de la Batería CERVANTES, desarrollada siguiendo las líneas más avanzadas de la investigación psicológica en este campo y baremada con más de 5.000 sujetos, de entre 5 y 18 años de edad. Puede conocer más ampliamente esta batería visitando el sitio  www.bateriacervantes.es

En el año 2012 finalizaron los estudios de baremación de las Escalas Magallanes de Razonamiento (EMR -1,2,3), basadas en una de las escalas de la Batería CERVANTES, las cuales permiten una aplicación colectiva mediante la que se pueden detectar los escolares con niveles intelectuales significativamente mayores  o menores que la media de su grupo de referencia.